Andar y andar

Nací en el siglo XX en una ciudad a orillas del Mediterráneo en donde se puede ir a pie a muchos lugares, ya que no es una ciudad de grandes dimensiones. Con ello viví toda mi infancia y adolescencia yendo siempre a pie a los sitios: a la escuela, al casal, a la tienda, al centro…y pocas veces tomaba el metro o los autobuses.

Ya de mayor empecé a viajar a otras ciudades y descubrí, tal y como pasó con mi ciudad, que la mejor manera de conocer el lugar era andando. Así que cada vez que viajaba andaba hasta quedar agotado. Con ello conocí muy bien ciudades como Palermo, Catania, Trapani o islas como Favignana o Lípari, que la recorrí andando por todo su perímetro durante un día entero. Luego mi afición a andar me llevó a subir alguna montaña, y luego bajarla.

También he tenido la suerte que se han cruzado por mi camino personas a las que también les apasiona caminar : aquel amigo con quien recorríamos las calles del centro de nuestra ciudad, o con mi hermano, que andando hemos tratado miles de temas sobre el ser humano y su relación con el mundo mientras nos dirigíamos a algún destino; o como aquella chica que caminábamos cogidos del brazo y caminábamos en la noche sin importarnos el resto.

Eso sí, lo que más me apasiona de andar es que nunca me pierdo. Bueno de hecho sí que me pierdo; es ese instante en el que estás en un lugar desconocido y hay un momento en el que tienes que reordenar las referencias para seguir adelante: a ver…el mar está detrás de ti…hacia ese lado está la calle ancha que has cruzado…ahhh….( y entonces las piernas aminoran su temblor)…ya sé donde estoy!, Tengo que ir por ahí.

Con ello se aprende a que las referencias son muy importantes a la hora de andar y sea dicho de paso, en la vida. ¿Quien no admira a John Lennon?. Las referencias son señales que uno tiene que tener un cuenta para que el camino se vuelva seguro. Pero les puedo asegurar que hay un lugar en donde cuesta tomar referencias: Ese lugar es la ciudad de Londres.

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Recuerdo que llegué a la una de la madrugada en un autobús nocturno procedente de Luton. Luego tuve que moverme en autobuses nocturnos hasta mi destino, un barrio de periférico del centro. A las tres de la mañana llamaba a la puerta de la casa que iba a ser mi refugio en la gran ciudad. Qué éxito llegar a una urbe de madrugada y no perderte en la noche. Al día siguiente agarré una guía que me prestaron y me puse a caminar.

Londres está llena de referencias. De repente pasas por una calle que tiene el paso de peatones de la portada del disco Abbey Road de los Beatles, o pasas por delante de un pub con el nombre de Sherlock Holmes. También puedes pasearte al lado del Támesis y reconocer ese lugar en donde el protagonista de Match Point lanza el anillo al río y rebota en la reja y cae al suelo, o el Big Ben o el parlamento o la noria…todo archifamoso y superconocido…pero Londres tiene eso que pocos lugares tienen: Londres es gigantesco. Londres te atrapa y  te absorbe hasta el punto en que te pierdes. Y eso fue lo que me pasó en Londres. Me perdí, me desorienté, tenía tantas referencias que me quedé por un tiempo suspendido en el aire como un viento que no sabe a donde dirigirse. Me quedé plantado en la tierra como el árbol que mira a todas partes y que sabe que nunca se va a mover del lugar. Me perdí. Buscaba las referencias y había miles, ¿pero dónde estoy?. Caminaba y caminaba, y seguía perdido. No sabía  donde estaba. Hasta que pasado el rato, y después de un tiempo de incertidumbre, llegué una estación de metro y allí recuperé la orientación. El sudor se había hecho cómplice de mi desesperación. Recuperé las referencias y continué andando.

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Después de aquella anécdota en la gran ciudad aprendí que si uno se arriesga en descubrir cosas siempre se aprende algo nuevo, además de tener un dolor de piernas terrible y la satisfacción de salir solo de los peligros que nos presentan las grandes urbes.

Publicado en Viajantes

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